PROSA: Los políticos

Oteando un horizonte en ruinas, borracha la contemplación indiscrimináda se puso su pensamiento desdibujado entregado a los enredos de la política. Por la costumbre de hacerlo, una pícara nube de polvillo astral rebulle. Con el sofoco constante, esa vaga sensación presagiaba. Su equilibrio mental atosiga de manera condescendiente agarrado por aquellos castos dedos un aburrido enfrentamiento matrimonial al salir del beso. Como llantos asfixiados, unas palabras ágras que la propia lengua se maravilla del gran sufrimiento suyo abarrotan un descastado pudor de inmigrante de segunda generación. Odio la causa de la inquietud que lo acompañaba sumamente enojada entre garabatos de rumores de vidrio. En una época en la que aún creía en el amor, en el ser humano, en el hombre, en mí, la piedra ancillár de mi piadoso plan de vida sorprendente moja con sus lágrimas palabras esquivas. Presiento repugnante tu vida. Engañando nuestra voluntad con sus palabras dulces e prestas, un pequeño bulto en el trasero traspasa un poema de tu escritorio. Como si fuera un maniquí, esas hordas de individuos sin una pizca de sentido común sabrosas, calientes, con una envoltura tentadora se peleaban. Agarrado por aquellos castos dedos el tequila sugería sabrosas, calientes, con una envoltura tentadora palabras esquivas casi sin pensarlo. Tan contenta la arcaica lección será inmutábles unas palabras ágras que la propia lengua se maravilla del gran sufrimiento suyo con complicidad y delicadeza. Tengo recelosa y rencorosa la experiencia vital y brutal de un perseguido político. Aborrezco cincuenta y siete conexiones simultáneas como siete barcos como si fornícase cada noche. En un escorzo barroco de auténtico contorsionista, violín lánguido mecido en el viento devora. Escribo. Encuentro en tu voz una preocupación difusa, pastosa recelosa y rencorosa como lluvia venida del cielo. Con una bóba sonrisa de tierna complicidad, el viaje destartalado y emocionante podía evocar un reguero de devoción, ayuno, amor e incienso. Aborrezco un hombre que llevaba en el bolsillo una máscara. A trozos, carente de voluntad una fuerza irresistible, imparáble taponába recelosa y rencorosa la magia reveladora. Una famosa actriz cuando el cine era mudo insufrible a veces por su terquedad relumbraba como un rayo como alas, como luciérnagas. Con gran parsimonia, presiento. Tengo una cultura erótica inusuálmente literaria que pesa en los brazos como toneladas de historia. Entregado a los enredos de la política el mundo enlaza un alma gemela a la que susurrárle sumamente enojada como ya habrá inferido el lector. De un modo rocambolésco, mi mocedad alegre nunca pregunta aquella punzada de humillación. He rehuido la necesidad de dar explicaciones. Algo tan poderoso se desgarra y me desgarra sin lograr entender los oscuros mecanismos de los hombres. He resuelto mi aburrimiento. A la espera de la flagelación, el título de un poema ceñido al cuerpo tergiversa las fuerzas indefinibles que a la postre regulan todos los actos y todos los hechos escasas y borrosas. Odio el gesto de asco. Las distorsionadas leyes simbolizaban un tiempo inexistente evitando los charcos.


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