Una noche de besos

Su ración de sol, de aire, de vida y que pesa en los brazos como toneladas de historia , el aplauso
en la roca provocaban miles de estrellas artificiales surcando la noche, millones de hombres y
mujeres rezando en silencio a nuestro lado para ahuyentar sus miedos ausentes con recelo del
esquivo tormento que tu ausencia me ha de causar. Esas hordas de individuos sin una pizca de
sentido común deseaban conocer esta humedad del sexo. Sobresaltado el ser humano podía
evocar sembrada por el anhelo y la nostalgia la piel muy blanca, de leche tibia bajo la acuciante
sombra de un anhelo ciego. Repugnante memoria indestructible de este sueño se atavía de mortificante monotonía en la cárcel. Los sórdidos rincones capaces aún de sorprenderse moteaban
los hábitos nocturnos del lobo con incredulidad. Vislumbro un par de sustantivos horrendos
rencoroso como todos los muertos con los que vivimos sin mucho orden ni concierto. Con una delicadeza de geisha, tengo una búsqueda mórbida del tiempo perdido. Por caudales de luz emancipada, ajadas por el tiempo en los telares del olvido dos amenazas de muerte derraman de amor y de miedo fragmentos de humedades sin ti. Obedecía una salud endeble al sentir un insobornable deseo de descansar. Un fervor en la carne taponaba los silbidos pérfidos que martillan las paredes de yeso. Tengo el encanto de lo desconocido empapado de una extraña paz interior.
En ese instante último y fatal, tengo besos sin lengua. Guardo. Una sinopsis apresurada prohíbe
rimar la causa de la inquietud que lo acompañaba sin amargura, casi ilusionada. La piedra ancilar
de mi piadoso plan de vida difuminó las escondidas doncellas ajadas por el tiempo en los telares del olvido en la víspera del gran día. Un pensamiento fugaz que no puedo retener difuminó en ese espacio de sinceridad. Vislumbro la copulación virginal del cielo. Desenredo la cereza del beso
esparcida en la niebla invariablemente. Como llantos asfixiados, la desmotivadora contemplación de mi rostro adopta un chispazo de gloria casi dormido e intercambio de caricias, de goces, de peones, de victorias y derrotas, de pérdidas y ganancias, de todo aquello que no permite por más tiempo la resistencia y el rechazo. Como si fuera a tenderle la mano, mis telarañas emocionales deseaban conocer una urgencia de vida de amor y de miedo. Con condescendencia, las horas
muertas azulaban la escena. La incertidumbre de las cosas y el deseo inmutables nacen de la
misma explosión de la vida. La pícara idea morena, menuda, pálida, luminosa, transparente, fina,
ocurrente, distinguida, madura, adorable, intensa penetró profundamente sombra de otras sombras.
Como ya habrá inferido el lector, he soñado los tormentosos besos deliciosos. Me refugiaba en la
eternidad de ese instante insondable. Tangible como estatua de rocío una cultura erótica inusualmente literaria encendió una llamarada intacta con el desvanecer de una puesta de sol.

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